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Historia de las rosquillas somoteñas

Amor a la rosquillera

Así nacieron las rosquillas somoteñas
Por Róger Solórzano Gaitán

La unión entre dos nacionalidades, dos costumbres diferentes y el anhelo de tomar vida nueva a cualquier costo, es lo que esconde tras cada gramo de maíz, la historia de las rosquillas somoteñas, tradicionales y apetecidas.

María Luisa.
María Luisa Nolasco tenía diecinueve años cuando llegó a Somoto cegada por el amor, dejándolo todo: tierra, familia, sueños paternos y sueños propios; solamente por seguir los pasos de Francisco Vílchez Ramírez, el joven migrante nicaragüense que apostó también todo por ella en sus años de juventud.

Antes de la segunda guerra mundial, Vílchez estaba en Tegucigalpa, Honduras, distante de su tierra natal Somoto, en busca de hacer una vida diferente. Vio a María Luisa: joven, blanca, menuda de baja estatura, que al parecer también sintió una poderosa atracción por él. Mudaron de planes, para aterrizar en Nicaragua en contra de todo y contra todos.

Los padres de aquella muchacha jamás respaldarían la relación con el muchacho nicaragüense y los padres de él, jamás respaldarían un retorno tan repentino. "Me trajo robada", confesó María Luisa, quien no oculta con su maliciosa sonrisa que venía efectivamente robada (sin permiso de sus padres), pero con mucho gusto en aquella juvenil aventura. Vinieron juntos, caminando hasta pasar la raya fronteriza ocultando su pecado de amor.

Aquellos tórtolos errantes caminaron por ocho días, casi doscientos kilómetros, cuando la carretera panamericana era un sueño y la conexión entre las vecinas naciones era por caminos consolidados con las duras piedras de macadán. Pasaron la raya fronteriza silenciosamente y llegaron finalmente a su destino. La jovencita "desaparecida" en Tegucigalpa, arribó a Somoto con su amado y encontró refugio en la familia Vílchez Ramírez, sin más propósito que hacer una nueva familia, de la que nacieron nueve retoños.

Se casaron, vivieron en casa de la familia y luego de algunos años de entrenamiento en el oficio maternal y hogareño, ella aprendió de su tía política Adilia Ramírez y de sus cuñadas, los primeros pasos en el arte de las rosquillas, cuando se fabricaban para consumo familiar o para regalar a sus amigos, sin una perspectiva de negocios. Para María Luisa era una forma de entretenimiento. Hacer rosquillas en Somoto, era como el té en Inglaterra, una práctica centenaria, que distinguía a la mujer somoteña.

Las primeras rosquillas comerciales

Horno de rosquillas
En el año 1954, cuando la madurez de María Luisa empezaba a exigirle más resultados para la tarea de criar a su marimba de hijos (muchos hijos e hijas de diferentes edades y tamaños), Somoto experimentaría un nuevo tipo de negocio que marcaría en el siguiente medio siglo, todo un perfil de identidad local: los bocadillos tradicionales denominados “rosquillas somoteñas”, una mezcla de maíz, queso cuajado, mantequilla y leche, que desencadenaron la existencia en la actualidad de 37 fábricas de rosquillas en esa ciudad. Las últimas siete nacieron en la última década, como indicador de que el negocio se puso bueno.

María Luisa dio los primeros pasos usando siempre los hornos de leña en forma de cúpula, pero buscaba la manera de evitar que el intenso fuego provocara un producto de suave consistencia y de poca durabilidad, que era el predominante para el entonces.

Afinando los detalles al secar el maíz, en el calor del horno a base de brasas, exponiendo la masa en el interior de la recámara por diez o quince minutos, a temperatura de 400 grados centígrados, se logró hacer una importante diferencia entre las rosquillas somoteñas y otros productos que en Jinotega, El Viejo, Rivas y otros sitios, se llaman rosquillas, pero saben y se aprecian diferente.

María y una roquilla
Otra modificación importante de los últimos años, fue instalar fibra de vidrio entre dos capas de ladrillos del horno, con lo que se ahorra el cincuenta por ciento de leña y reduce el deterioro de los bosques norteños. Se ha verificado que estas rosquillas Vílchez duran tostaditas hasta dos meses sin ser refrigeradas y sin usar químicos preservantes, lo cual las hace más ecoamigables.

Creció la demanda en el país de ese bocadillo simple, en forma circular y color blanquecino, llamado rosquilla. También creció la demanda de las hojaldras, una delgada y diminuta tortilla tostada, adornada con una pequeña porción de dulce de rapadura, que algunos llaman "viejitas". En tercer orden quedaban las empanadas y otros bocadillos similares.

María Luisa recuerda que al inicio se trabajaba con diez libras de maíz por día, pero ella se impuso el reto de crecer. Hace diez años, a medio siglo del negocio inicial, llegaron a mover un quintal y medio de maíz para sacar treinta mil rosquillas diarias. Pero la fama ha trascendido de tal manera, que ahora se trabajan tres quintales diarios de maíz, para sacar sesenta mil piezas por día, para un crecimiento impresionante de 3,000% respecto a las primeras operaciones, cuando el producto se vendía casa por casa, en las escazas calles de la remota ciudad.

Tradición familiar y orgullo nacional

Julio César y su esposa
El crecimiento del negocio les llevó a sistematizar los procesos, de construir hornos de mayor capacidad, siempre con forma de cúpula, pero con superficies finas y con instalaciones muy higiénicas, personal uniformado, termómetros industriales, pruebas de calidad, de manera que al finalizar el siglo XX, se habría construido todo un sistema industrial, de lo que empezó como una bonita manera de perfeccionar los bocadillos familiares. Ahora cuentan con trabajadores permanentes y el producto goza de prestigio sanitario.

El éxito hizo que muchos de sus descendientes tornaran su mirada y sus vidas a la fábrica de rosquillas. Olga Vílchez, la primogénita de aquella familia, está de cabeza en el proceso, en una evidencia de que habrá rosquillas Vílchez, para rato.

En todo momento Olga reconoce que la emprendedora es su madre, la que ahora vigila los procesos de largo, en una habitación donde permanece cada día, saliendo de repente a observar que todo se haga bien. Otros dos hijos de la familia Vílchez Nolasco se dedican a esta fábrica y hay uno que puso su propio negocio rosquillero, se trata de la fábrica de los Vílchez Tinoco, que también se llama rosquillas Vílchez.

Pero la garantía de largo plazo la manifiesta la presencia de Julio César, nieto de doña María, quien con su esposa Mayling, empacan y venden las rosquillas en la fábrica, con celo de propietario, pero con actitud de trabajadores que buscan dar el máximo rendimiento. Es la tercera generación.

Negocio de alto calibre

Tras el empuje de esta primera iniciativa emprendedora, Somoto dejó de ser una remota ciudad para volverse un destino destacado en el país, no solo por el Cañón en la zona de Namamcambre, sino por sus sabrosas rosquillas. Las treinta y siete iniciativas rosquilleras mueven más de doscientos millones de rosquillas anuales.

El éxito es indiscutible. Es común que en tiempos breves se escuche decir en la fábrica: "se agotaron las rosquillas, hay que esperar la próxima tanda en unos quince minutos". Y es que mientras se despacha la producción, un nuevo proceso se inicia con la leña que arde y deja encendida la brasa, para que un nuevo lote entre al horno por diez minutos.

Buena parte de la producción rosquillera se va fuera del país, especialmente hacia los mercados nostálgicos de Estados Unidos, Costa Rica y España, donde la comunidad nicaragüense agradece la regalía de un paquete mixto (rosquillas y hojaldras).

Rosquillas en horno
Desde el año 2012, diferentes entidades del gobierno convocan a las rosquilleras el tercer viernes de agosto, para el Festival Nacional de las Rosquillas. En la primera edición, ganaron los Vílchez el primer lugar, pero evidentemente este es un negocio que se estableció para quedarse, en el paladar y el corazón de sus consumidores.

En el aeropuerto internacional siempre están a la venta y en los principales centros de artesanía de Managua, Masaya y León, así como en la mayoría de estaciones de buses interurbanos, es común escuchar el pregonar de los vendedores ambulantes, ofreciendo como somoteñas, cualquier tipo de rosquillas similares, aprovechando el prestigio, que por su calidad, han ganado estos bocadillos, nacidos de aquella preciosa historia de amor.

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Autor y Fuentes

El tema especial "Historia de las rosquillas somoteñas" fue desarrollado para ViaNica.com por el periodista Róger Solórzano Gaitán, co-fundador de este portal, en Noviembre de 2014.

La fuente de información fue una entrevista directa a las personas mencionadas y citadas en este documento.

Del horno al canasto, se cuenta el producto y va directo al consumidor.